El asesino viajero
EL ladrón entró en la casa sin que ninguno de sus habitantes se diese cuenta de su presencia. Apenas se encontró en el interior, se dirigió a un rincón de la estancia a la que había llegado y se acercó a una consola, sobre la que se divisaba una arqueta de sándalo, de buenas dimensiones.La estancia era un gran dormitorio, lujosamente decorado, con espejos en el techo, justamente sobre la cama. La mayor parte del suelo estaba cubierta por una espesa moqueta, imitación a piel de oso polar, que prestaba un cálido aspecto al lugar.El ambiente respiraba lujo y dinero. Sin el menor escrúpulo, el ladrón levantó la tapa de la arqueta y, durante unos segundos, contempló su valioso contenido.Había un par de collares de perlas, varias pulseras de diversas formas, pero en las que el oro y las piedras preciosas tenían la mayor parte, una diadema y varias sortijas de enorme valor. Sin embargo, la joya más atractiva de la colección era un medallón, del tamaño de una mano humana, una pesada obra de orfebrería, de diseño muy singular, y en cuyo centro se advertía una especie de burbuja de oro puro, rodeada de esmeraldas tan grandes como la uña del pulgar.